viernes, 25 de enero de 2013

El hombre que simulaba tocar la dulzaína - Han Fei Zi



Cuando el príncipe Xuan del Reino de Qi pedía un concierto de dulzaina, solía tener hasta trescientos músicos tocando al unísono. Por esto un letrado, llamado Nanguo, solicitó un lugar en la orquesta y el príncipe, tomándole simpatía, le asignó un sueldo más que suficiente para mantener a varios cientos de hombres.
Después de la muerte del príncipe Xuan, subió al trono el príncipe Min, a quien le gustaban los solos.
En vista de eso, el letrado huyó.

Tomado de "121 fábulas chinas"


lunes, 21 de enero de 2013

El hombre que temía a los fantasmas - Xun Zi


Al sur de Xiashou vivía un hombre llamado Juan Shuliang. Era tonto y extremadamente miedoso. Una vez que iba caminando por un camino con un hermoso claro de luna, vio al agachar la cabeza a su sombra ante él. Se imaginó que un espíritu maligno estaba tendido a sus pies. Al levantar los ojos, su mirada tropezó con dos mechones de su pelo y creyó que un demonio se encontraba a sus espaldas. Asustado, se dio vuelta y el resto del recorrido lo hizo retrocediendo. Al llegar a su casa cayó al suelo y murió.

Tomado de "121 fábulas chinas"

Marido Fénix - Carmen de la Rosa


Nunca muero en viernes. Espero a que mi mujer encienda la barbacoa en el jardín, el sábado a mediodía. Entonces me encierro en el invernadero y ardo. El domingo renazco de mis cenizas y salimos a pasear por el parque. En el vecindario ya murmuran sobre la afición de mi mujer por la carne a la brasa.


Tomado del blog: La Cazadora de Relatos
Sobre la autora: Carmen de la Rosa

sábado, 19 de enero de 2013

Pasajera - Gabriela Baby


En el living, ella quiere volar. Se compra alas de latón y ensaya ruido de turbina con la boca. Corre de un lado al otro del salón de espera. Carretea por la alfombra hasta quedar afónica y sin aliento. Como una mosca borracha susurra muy despacio. Un ala se cae al piso y se abolla.

Sobre la autora: Gabriela Baby

Gallina y huevo se llevan mal no sólo con la lógica – Héctor Ranea


Recitando la gallina va:
—En el huevo, la gallina; en la ubre la oficina; en el techo la aspirina; la tecla en el ojal.
Su sombra por la luz camina. Un farol da luz a varios bichos pero la vende cara: habrá sólo pocos bichos de luz, los demás, apenas imitarán a linternas intermitentes. Y la gallina torpe busca gusanos y pisa el huevo donde está, maldice al griego que mintió en Creta, se quita el bochorno de la bosta de la pluma bestial de su cabeza y descubre ¡ay! que es un incipiente gallo. Bochorno de corral.
—¡Qué lo parió —se la oye exclamar— ni en el sexo de los huevos se puede ya creer!
Y se va poniendo sus huevos hacia el poniente, como buena gallina zen, pero sin saber nada de nada, ni zen ni nada. ¡Mierda de gallina!

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Una carrera exitosa – Sergio Gaut vel Hartman


Me contemplé al espejo durante un largo rato. —Soy hermoso —dije en voz alta—. Las mujeres están locas por mí. Debería aprovecharlo… No sé, ser estrella de cine, o algo así.
Mi reflejo guiñó el ojo.
—¡Claro que sí! —declaró—. Me voy a Hollywood a probar suerte. —Y se fue, nomás. Yo, que no tengo donde caerme muerto (y mucho menos plata para pagar un pasaje a los Estados Unidos), me conformo viéndolo aparecer en montones de películas junto a Angelina Jolie, Scarlett Johansson, Nicole Kidman, Jennifer Aniston y Cameron Diaz y otras diosas por el estilo.

Ilustración de Vicente Dopico-Lerner
tomada de http://www.collectionprivee.com/

Sobre el Autor: Sergio Gaut vel Hartman

Ese que no seré - Flor Marina Yánez


Ese que aún no soy me espera en la próxima esquina. Me susurra a lo lejos promesas de éxito, me ofrece la miel de pieles desconocidas. Yo lo ignoro, amarrándome al carro del presente y al final del día atisbo de reojo hacia la vía del futuro, con la secreta esperanza de que el tedio lo haya vencido. Pero él sigue ahí, agazapado, presto a abalanzarse sobre mi más reciente afecto, a escupir sobre mi último verso, a tenderle una zancadilla a mi siguiente paso. Repaso mis gestos de hoy, uno a uno, e intento adelantarme a su definitiva ausencia… De pronto, lo que queda del que he sido se subleva. Abro una brecha a media calle y me sumerjo en mi trinchera. Lo dejo solo, tejiendo un monólogo de historias que nunca llegarán a ser.

Sobre la autora: Flor Marina Yáñez

jueves, 17 de enero de 2013

Un beso para Zenón, el sabio – Héctor Ranea


Zenón tuvo un problema mayúsculo. Nunca pudo besar a nadie, porque para que sus labios tocaran los del otro, debían recorrer la mitad del camino primero y antes, la mitad de esa mitad y antes, la mitad de eso. Además, debían moverse y el movimiento era solo apariencia. Eso. Pudo besar durante un sueño tranquilo pero ─dicen─ fue el último, el que no se cuenta a nadie.

martes, 15 de enero de 2013

Una lata de sardinas - Sergio Gaut vel Hartman



—Escribiré una novela para narrar todo lo que ocurra a bordo. —Kruger giró la cabeza y dejó de prestar atención a las protestas de Rabuff.
—El viaje será largo. Te aburrirás antes de terminarla.
—No tengo otra cosa que hacer.
—Será muy largo. —Rabuff estiró el “muy” hasta hacerlo de goma.
—Escribiré una novela en varios tomos, como En busca del tiempo perdido de Proust o el Juan Cristóbal de Rolland.
—Me parece que la comparación te queda grande. Y por otra parte, ¿tendrás tema suficiente? Este lugar no parece demasiado inspirador. Estarás encerrado casi ochenta años. El Gerovital te mantendrá vivo, pero no cantará ni bailará para procurarte diversión. Yo tampoco.
—A veces pienso que fue un error poner a un androide como capitán de la primera nave interestelar de la humanidad. —Y se levantó para desconectarlo.

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

domingo, 13 de enero de 2013

La sospecha - Lie Zi


Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino. Observó la manera de caminar del muchacho –exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven –idéntica a la de un ladrón. Observó su forma de hablar –igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable de hurto.
Pero más tarde, encontró su hacha en un valle. Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho le parecían muy diferentes de los de un ladrón.


Tomado de "121 fábulas chinas"

viernes, 11 de enero de 2013

La partida - Franz Kafka


Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó:
—¿Adónde va el patrón?
—No lo sé —le dije— simplemente... 

Acerca del autor:

Dr. Jekyll and Ms. Hyde - David Moreno



—A la cola, como todo el mundo —me regañó en una ocasión poniendo su carita de buena—. ¿Le pongo bolsas? Son a un céntimo —me preguntó en otra—. Hoy tenemos de oferta las bandejas de calabacín —Y a mí que no me gustan, compré tres—. Serán cuarenta y cuatro euros caballero.
¡Me tiene loco! A veces olvido a propósito comprar algo de la lista para tener una excusa con la que volver. Siempre elijo su fila.
—Se olvida el pan —me advirtió esta mañana guiñándome el ojo.
Todo cambia al llegar a casa. Mi mujer deposita el uniforme en el cesto de la ropa sucia. 

Acerca del autor: David Moreno

miércoles, 9 de enero de 2013

La rubia – Héctor Ranea



Se colgó de mí, literalmente. ¿Cuántas veces había soñado yo con que esto sucediera? Ella, rubia, insolada por dentro por el alcohol, enamorada de quien pudiera sostenerla sin ensuciarse su mínimo corpiño de seda. Burguesa, limpia, perfumadita cachorrita de buenas personas, mediana edad, sin el zapato izquierdo, maquillaje deshilvanado, busto feraz. Se colgó de mí. Me dijo
—Llevame donde quieras, pero fuera de aquí.
Me hubiera encantado acceder a su pedido, la llevaría al mismísimo infierno, si no fuera que estábamos ahí y ella era la carcelera.

Sobre el autor: Héctor Ranea

Cleptómneme - Jaime Arturo Martínez


Como todo, el amor acaba. Se conocieron cuando ambos tenían veinte años, coincidieron en sueños, proyectos y descubrieron muchos intereses en común. Su relación duró quince años y parecía proyectada para toda la vida. No obstante, ella conoció a alguien más joven en su oficina y la relación, se desmoronó. Esta separación no sólo fue difícil para él en el campo afectivo; también, fue onerosa en el campo económico. Ella contrató un abogado y arrasó con todo. Bueno… casi. Le dejó los libros y una colección de cactus que a ella le pareció siempre árida, como su medio. Él volvió a su cuarto y a su vida de soltero. En su primer domingo en soledad, intentó encontrar el recuerdo de los mejores momentos compartidos y por mucho que buscó, no aparecieron. Buscó, entonces su hipocampo, en su cerebro…no lo encontró. Ella lo había vaciado.

El autor: Jaime Arturo Martínez Salgado

La muerte de Narciso – Oscar Wilde



Cuando Narciso murió, las flores del campo se entristecieron y suplicaron al río que les prestase gotas de agua para demostrar su duelo «¡Oh! ―contestó el río—. Si todas mis gotas de agua fuesen lágrimas, no tendría bastantes para llorar yo mismo a Narciso; hasta tal punto le amaba.» «Es natural ―dijeron las flores—. ¿Cómo no amar a Narciso que era tan bello?» «¡Ah! ¿Era muy bello, entonces?» preguntó el río. «¿Quién mejor que tú puede saberlo, ya que él reflejó en ti tantas veces su rostro, inclinándose sobre tus orillas para mirarse en tus aguas?» «Le amaba ―respondió el río— porque cuando se inclinaba sobre mi podía contemplar mi belleza reflejada en sus ojos»

Tomado de “Obras completas”, Tomo I, 1943.
Traducción de Julio Gómez de la Serna.

Acerca del autor:
Oscar Wilde

lunes, 7 de enero de 2013

Instrucciones post apocalípticas para corroborar la supervivencia – María del Pilar Jorge


Tome un cuchillo bien filoso y hágase un leve corte en el brazo. Si mana sangre y experimenta dolor es porque aún está vivo. Desinféctese la herida y véndese bien. Si persisten sus dudas, usando un encendedor, vela o fósforo encendidos, acérquelos al otro brazo. Deberá notar un agudo ardor. En ese caso, aplíquese una pomada para quemaduras.
Si todo lo anterior no lo ha convencido de que usted no es un zombi, vaya al galpón o donde se le ocurra guardar las herramientas y busque un serrucho, apóyelo en el cuello y mueva la herramienta con firmeza hasta que logre separar la cabeza del resto del cuerpo. Después de eso, finalizarán todas sus incertidumbres y demás conflictos existenciales.

Acerca del autor:
María del Pilar Jorge

El hombre que no vio a nadie - Lie Zi



Había una vez un hombre en el Reino de Qi que tenía sed de oro. Una mañana se vistió con elegancia y se fue a la plaza. Apenas llegó al puesto del comerciante en oro, se apoderó de una pieza y se escabulló.
El oficial que lo aprehendió le preguntó:
—¿Por qué robó el oro en presencia de tanta gente?
—Cuando tomé el oro —contestó—, no vi a nadie. No vi más que el oro.

Tomado de "121 fábulas chinas"

sábado, 5 de enero de 2013

En el ajedrez como en la vida – Sergio Gaut vel Hartman



Era un rey tan audaz que en la sexta jugada ya estaba a tres leguas de su palacio y en la décima se había internado tanto en el campo adversario que sus súbditos empezaron a temer por su vida. Sin embargo, él, temerario, siguió avanzando y alcanzó la octava línea cuando promediaba el medio juego. El problema empezó cuando los jueces le dijeron que para coronar tenía que someterse a una delicada intervención quirúrgica.

Sobre el Autor: Sergio Gaut vel Hartman

jueves, 3 de enero de 2013

El monstruo - Mario Cesar Lamique



El monstruo irrumpió en su casa, ella asustada quiso escapar , la perseguía por escaleras de escalones desparejos, estuvo a punto de atraparla en paisajes infantiles, se aferró a su pié derecho cuando huyó en dirección a sus mejores recuerdos, luego de forcejear, logró liberarse, pero las escaleras tienen un final ; nunca llegan a trascenderse; ella se quedó sin escalones ni salida, parada en la terraza mirando hacia todos lugares a los que no podría ir, el monstruo logró alcanzarla y con el tiempo se hicieron amigos, comenzaron a conocerse, luego, juntos ya relajados, ya sin perseguir ni ser perseguidos, la convivencia, se volvió de terror.

Sobre el autor: Mario Cesar Lamique

Amina - Anna Rossell Ibern



Un golpe brutal en la frente fue la primera sensación que supo distinguir del pánico absoluto que se había apoderado de ella hacía meses y embotaba por completo sus sentidos desde la sentencia. El intenso dolor de la pedrada le ...recorrió el cuerpo anclado, como una descarga eléctrica, con lacerante nitidez, hasta los pies. Se le nubló la vista y el apretado corro de hombres airados a su alrededor empezaba a desvanecerse cuando una lluvia interminable le acribilló la cabeza y la dejó sin rostro. Apenas oía los insultos. La niña, la niña, pensaba. Deseó no haber nacido, deseó no haber traído a la niña al mundo.
El gentío ya se había marchado y los primeros buitres planeaban.

Sobre la autora: Anna Rossell