domingo, 9 de mayo de 2010

La costa - Héctor Ranea


Probablemente la montaña que se sumergía en el mar estuviera lustrosa de negros y blancos perfectos. No habría algas ni peces ni bacterias. La perfecta pulcritud que no se lograba con las faldas arriba del nivel del mar. Las lluvias ácidas finalmente lograron cambiar el océano y convertirlo en una enorme concavidad de vitriolo.

1 comentario:

Javier López dijo...

Me dejó petrificado esa concavidad.
Ma cuale idea, Ogui!!!